Presos de la opinión
- Lucas Torrez
- 23 jul 2024
- 3 Min. de lectura
En nuestra vida pueden haber situaciones en las cuales existan presiones.
Momentos en que nuestra decisión tiene importantes consecuencias, ya sean
positivas o negativas, para nosotros y los demás. La opinión de la gente puede ser
uno de esos factores que tienen un gran peso. Miradas, palabras, actitudes,
acciones, entran en juego provocando una presión que muchas veces termina
siendo determinante. Sin darnos cuenta, estamos en una cárcel. En la cual
pensamos que ganamos algo que valga la pena (tal vez aprobación) pero que en
acciones nos convertimos en presos. Personas que generan una dependencia de
voces externas. A veces de aquellos que son importantes para uno, como seres
amados o personas a las cuales atribuimos saber y autoridad. En otras ocasiones,
le damos importancia a personas que no conocemos ni nos conocen en
profundidad, como seguidores en redes sociales, por ejemplo. No obstante, es en
este escenario que aparece una clave determinante, nuestra decisión frente a la
presión externa.
Esto le ocurrió a Saúl que debido a su función como rey de Israel, debía enfrentar
constantemente la opinión de los demás. En un determinado momento, Samuel, el
profeta que Dios había asignado como su mensajero, le da una orden de esperar
una respuesta que él le daría luego (1 Samuel 13:8-14). El contexto no era
favorable, estaban en una guerra, su pueblo tenía miedo y exigía que su rey hiciera
algo más que esperar la respuesta de Samuel. Los soldados no estuvieron de
acuerdo a tal punto que comenzaron a desertar. Saúl en ese momento de presión
entre sostener el camino que Dios le había mandado o dar una respuesta a la gente
impaciente, prefirió lo último. Hizo tareas que a un rey no le correspondían, para
apresurar las cosas.
En momentos donde la presión de la gente aumenta,
podemos tomar cargas que no son nuestra responsabilidad.
Para que las personas no se vayan, negocio sus convicciones. Eligió buscar la aprobación de
gente que no lo conocía y alejar a Dios, quien le había dado todo. Esta cárcel puede
distorsionar prioridades, persiguiendo una meta inalcanzable, el aplauso unánime de
los demás. Esta carcel puede distorsionar perspectivas, llamando valentía, al ser
esclavo de sus temores (1 Samuel 13:12). Al ver esta situación, Samuel termina
sentenciando el final de su reinado. Un líder que negocia las formas, sólo para que
no lo dejen, ya perdió la visión. En su interior puede creerse firme, pero será tan
inestable, que es capaz de sacar a Dios y dirigir sin rumbo. Quién está en esta
cárcel elegirá satisfacer sus inseguridades aunque esto le cueste sufrimiento a
otros.
¿Qué hacer para que la opinión de los demás no nos afecte tanto? Personas que
hablen, expresen lo que sienten, continuarán existiendo. La clave, no es intentar
agradar a todos para callarlas sino la importancia que le damos a esto. Es tener en
cuenta que podrán estar, hagamos lo que hagamos, y que podemos elegir qué
determinantes o no serán. Tenemos una llave para salir, es nuestra propia decisión.
Cuando preferimos seguir a Dios con convicción a pesar de las apariencias,
empezamos a registrar que pierde influencia las demás voces. Esto no quiere decir
que no escuchemos a nadie. Busquemos el equilibrio, poder recibir una devolución
de personas con sabiduría, que nos ayuden a impulsarnos, es sumamente
necesario para nuestra vida. El cerrarnos todas las puertas, también lo hará a la
ayuda, por ende el otro extremo tampoco es saludable. Estamos ante el desafío de
tomar decisiones sabias. Reflexionemos, separemos un tiempo en nuestra agenda
para analizar cuales son las motivaciones de nuestras acciones. Busquemos ayuda
para sanar heridas si las identificamos. Dios tiene un plan para nuestra vida.
Tenemos propósito y este no cambia por la opinión de la gente. Libertad es entender
que no somos personas en busca de ser amadas, es comprender que ya lo somos y
vivir de acuerdo a esto. Bajemos el volumen de las voces externas y escuchemos la
voz de Dios.
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